Sus manos en mi cintura
Aún recuerdo sus palabras como si retumbaran en mi mente. Me
tomó por sorpresa en una especie de bosque y besó mis labios al punto que me
decía te quiero. Me liberé de un salto y corrí sobre el mismo camino por el que
me había escondido para llegar con los adultos y poder disfrutar de la
hermosura de ese instante. Pero él estaba detrás de mí, tratando de alcanzarme más
listo para perderme. Y así nos volvimos a encontrar para disfrutar de nuestra
distancia y el secreto que hoy me atrevo a confesar. Había rodeado mi cintura
por primera vez, recorrió mi espalda con su aliento fresco y se atrevió a
besarme en lugares donde ni siquiera sabía que se escondían las cosquillas. Me
habló o dijo algo, no lo recuerdo. Su vos se consumió en el ruido de las aves y
los árboles celosos. La naturaleza activó un instinto en mis sentidos. Lo quise
tomar por el rostro, lamer sus labios, perderme en su mirada, sentir que las
hormigas me rodeaban los pies y me atrapaban para no escapar; sin embargo, me
dejé llevar por el miedo a las emociones pecaminosas. Mi mirada se apagó cuando
lo vi merodearme. Era su presa y quería volver a abrazarlo, hablarle, sentirlo,
ensuciarme con su sudor… La mente me jugó una partida ya perdida: lo dejé
partir esa tarde. En esos años a una le hacen creer que existen cosquillas
buenas y malas. Hoy disfruto de las cosquillas malas e intervengo en las buenas
para tornarlas a la maldad. Me duele pensar en él ahora. ¿Era poeta, un amante,
un amado? ¿Cómo nombrarlo, si escribir su nombre me quema los dedos? Lo llamaré
como él siempre quiso, niño amado. Cierro los ojos, vuelvo al instante en que
me controlaba con sus manos alrededor de mi cintura y me asfixia la idea de
solo soñarlo.
Chloe Marina
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